Finanzas: Por Horacio Rovelli Con el resto que les queda La reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, realizada en 2012, tiene pendiente en su aplicación una economía más dinámica y diversificada. En el año 2014 la actual administración de la situación económica del país aprendió que la devaluación significa transferir recursos del ámbito interno (trabajadores, productores, comerciantes, etc.) a los exportadores y a los que tienen ahorradas divisas, y que por eso mismo el PIB se cae, porque casi el 75% de lo que producimos va al mercado interno. También queremos suponer que aprendieron que para hacer una devaluación ésta debe ser la última (que nadie piense que se va a volver a devaluar), o en todo caso si se ajusta que dicho ajuste sea previsible y obviamente que responda a la relación empleo-producto-productividad-precios, cosa que evidentemente no se puede hacer cuando enfrentamos inconsistencias macroeconómicas (reflejada en los precios, en la tasa de interés, en los distintos tipos de cambio, etc.) originados por la no conversión de la mayor parte de los excedentes en inversión.
Los formadores de precios cuyos principales accionistas, ceos o testaferros están en los listados de clientes con cuentas no declaradas del banco HSBC de Suiza, del JP Morgan o cuanta entidad se investigue y tenga relación con la Argentina, y aseguramos que es así porque históricamente nuestros sectores dominantes han hecho del control del sector externo y de la fuga de capitales la fuente de su poder.
"El kirchnerismo original hizo exactamente al revés, apuntaló a la población y la economía creció, fue productiva y podía haber seguido creciendo e incrementando la productividad". El gobierno de Perón con otro Estado, con otra población y en otro contexto, pudo ponerle límites a través del IAPI, pero lo hizo durante 10 –diez– años, luego se cobraron con creces tras la revolución libertadora de 1955. El gobierno de los Kirchner mal o bien con las retenciones y cierto control y regulación estatal pudo transferir recursos del sector externo a la población, con eso se expandió el mercado interno y crecimos en forma sostenida, hasta que al crecer más las importaciones que la producción y que las ventas al exterior, más la fuga sistemática de capitales, más los servicios de la deuda, generan la falta de divisas y otra vez a depender de las clases dominantes que controlan el sector externo y tiene fuertes posiciones en dólares.
Lo reseñado en el párrafo anterior es fácilmente comprobable en la historia Argentina, por ejemplo en los estertores del gobierno de Raúl Alfonsín, tenía que comprarle los dólares al precio que quisieron sus poseedores y de allí la brutal híper devaluación que significó la híper inflación de los años 1989-1991, donde el dólar pasó de valer en australes, que era nuestra moneda, A 37,62 el 6 de febrero de 1989 a A 10.000 el 1° de abril de 1991 que se inicia el plan de convertibilidad.
Pero las cosas cambiaron y por eso la importancia estratégica de los acuerdos de inversión y monetarios con China en primer lugar, y con Rusia, el resto de los Brics y en la región en segundo término. Esto es a los serios problemas en el frente externo se los supera al ampliar las relaciones comerciales, de inversión y financieras con el resto del mundo, que sumado a la caída internacional del precio del petróleo (donde las importaciones energéticas de nuestro país eran crecientes) mejoran notablemente la situación.
Este marco es empleado por el Gobierno para asegurar las variables para el año 2015, si bien es cierto que Brasil ajusta fuertemente en términos reales el valor de su moneda (siendo el más bajo de los últimos diez años), que Rusia también devalúa su moneda, y que esos y otros países tratan de mejorar su perfil externo abaratando en divisas sus productos (y encareciendo sus importaciones), en la magnitud en que lo hacen sin dejar de agrandar el problema de competitividad argentino, no logra revertir las perspectivas trazadas.
La actual administración de la economía argentina considera que regulando el precio del dólar y de los salarios va a poder controlar la situación evitando el desmadre de otros gobiernos constitucionales que no se suceden a sí mismos, dado que al controlar los salarios y el tipo de cambio se garantizan los actuales márgenes de ganancia de los formadores de precios (que son muy buenos, aunque a ellos les hubiera gustado que fueran mayores), y además se crea el marco propicio para que los planteos de adecuación de la estructura de costos y precios lo haga la próxima administración.
En ese sentido pensamos que las recientes elecciones y las medidas tomadas por el gobierno de Brasil son un espejo que adelanta lo que puede suceder en nuestro país. Esto es, después que Dilma Rousseff venciera en balotaje al candidato de los sectores empresariales, Aecio Neves, en lugar de volver sobre sus pasos y fortalecer el salario y el mercado interno, lo que hace al nombrar su equipo económico es poner en funciones a hombres que tienen como objetivo disminuir la expansión fiscal (que es el modo que se adoptó en Brasil y en nuestro país de expandir el consumo y la demanda), que acentúan la restricción monetaria para que sea la tasa de interés el mecanismo de ahorro y control de precios, y devalúan su moneda (beneficiando a los exportadores y a los poseedores de divisas).
Por ende, inferimos un año 2015 de transición, con un nuevo descenso en el nivel de producción, con un crecimiento de los precios mayor que el de la tasa pasiva de interés (menor que la activa para las empresas no formadoras de precios), éstos mayores que la evolución del dólar, éstos mayores que el de las tarifas, y éstos mayores que el promedio de aumento de los salarios, para que el gobierno que asuma el 10 de diciembre 2015 pueda, ya sin el peso y la impronta política de los Kirchner, devaluar, ajustar más las tarifas, hacer una política de reducción del gasto y de la oferta monetaria en términos reales, todas medidas ortodoxas que equilibran los mercados y reducen los costos en moneda dura, pero a costa de la caída del salario y del nivel de vida del pueblo argentino.
Al comienzo del año 2006, en pleno predominio K, un informe sobre la evolución del costo laboral real elaborado por el Centro de Estudio de la Producción (CEP), que depende de la Secretaría de Industrias, estimaba que dicho costo laboral había bajado casi un 25% desde el año 2001 (donde jugó fuertemente la devaluación del año 2002 y la brutal transferencia de ingresos de los asalariados a los patrones en general y a los formadores de precios en particular). Dicho informe sostiene a su vez que la reducción de costos se debió a la “mayor intensidad laborar en la industria” o sea que no solamente se habían sumado más trabajadores, sino que cada uno de ellos producían más por jornada laboral. Según el CEP la intensidad laboral subió y se profundizó en casi todas las ramas manufactureras con 45% en el sector automotor, 26,7% en el textil, etc. En ese mismo año, Página/12, citando ese mismo estudio, señalaba que por cada obrero ocupado la productividad había alcanzado un nivel récord en los últimos 15 –quince– años; a su vez, la evolución de los índices de precios mayoristas (principalmente los llamados insumos difundidos: acero, petróleo, aluminio, cemento, etc.) obtuvo en el mismo año 2006 un aumento del 45% (y los salarios y los precios promedios no subieron más del 15%), con lo que queda claro cómo se apropian las grandes empresas del excedente que produce toda la sociedad. El efecto combinado de ambos incrementos en la productividad y en los precios generó un aumento en los ingresos a las empresas del 72% por trabajador en un año, como consecuencia de la devaluación y los recortes salariales posteriores a la crisis del 2001.
El efecto continuó, dado que como informa el mismo CEP la productividad laboral de la industria aumentó 5,1% anual promedio 2002-2013, con creación de empleo, con lo que el valor agregado por trabajador en la industria se triplicó, de US$ 15.000 en el año 2002, a casi US$ 44.000 en el año 2013. Sin embargo, la inversión realizada y sobre todo en las grandes empresas, no aumentó la capacidad instalada y tampoco modernizó equipos.
Sin embargo son esos sectores los que impulsan la devaluación de nuestra moneda para abaratar el costo de la mano de obra (y de otros insumos) para hacerlos competitivos, cuando sabemos que es imposible competir con el costo de la mano de obra de los países del este asiático. Los sectores dominantes de nuestro país quieren aumentar sus desde ya importantes tasas de ganancia, pero a costa de los trabajadores y del resto del pueblo argentino.
Es más, uno de sus economistas propone el eterno plan de ajuste, el de buscar el equilibrio del caballo del inglés que producía más y menos consumía hasta que se murió. Dice sin ponerse colorado, o al menos no se le nota, que se debe llevar adelante un programa “gradualista” para bajar la inflación en cuatro años y llegar a “una tasa anual de un dígito”. “Cada año los precios, los salarios y el tipo de cambio nominal deben moverse a una velocidad menor a la del año anterior, intervenir en las negociaciones salariales y en las remarcaciones para que se respeten las pautas de descenso, manteniendo “la tasa de interés que remunera el ahorro en pesos del público que debe ser mayor que la inflación” (transferencia de los que producen a los que ahorran), establecer “una regla fiscal según la cual la tasa a la que crece el gasto siempre será algo más baja que la tasa a la que crece la recaudación de impuestos” (reducir al gasto público), y por último que el tipo de cambio siga la productividad y la inflación (cuando es el tipo de cambio el que determina la inflación y es mediante su devaluación que procuran la productividad en moneda dura) .
Si uno se detiene a ver todos los planes de ajustes en la Argentina, desde Alsogaray en el que hay que pasar el Invierno de 1959, los planes de Martínez de Hoz y de Federico Pinedo en la gestión de Guido, de los Alemann, de Jorge Whebe, de Alfredo Gómez Morales con Isabel Martínez, respecto a este último recordemos que su rotundo fracaso ( y también lo disfrazaba como un ajuste sincronizado, casi indoloro) terminó en el “rodrigazo” y en el Plan de Martínez de Hoz, pero no ya el del ajuste para establecer el equilibrio, sino el de destruir la industria para destruir los trabajadores y ser un país rural y exportador, como diría los patrocinadores de la soja, la pampa verde contra los cordones industriales donde anidan trabajadores y desocupados.
Shakespeare le hace decir a Hamlet: “Nada tiene más bella apariencia que la falsedad”, y estos fariseos de la consorte de economistas del sistema, vuelven una y otra vez con la misma y fracasada receta, sabiendo que lo que se busca es “legalizar” la ganancia de unos pocos en desmedro de toda la población.
El kirchnerismo original hizo exactamente al revés, apuntaló a la población y la economía creció, fue productiva y podía haber seguido creciendo e incrementando la productividad, pero cuando los empresarios (sobre todo los más grandes)uvieron que poner parte de sus ganancias para invertir prefirieron ganar plata segura en los mercados desarrollados y así nos va.
Ahora vienen por el resto que les queda.
Fuente: Infonews
Lunes, 22 de diciembre de 2014
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