SOCIEDAD Manso y tranquilo En el campo y en la ciudad existen experiencias que intentan mejorar las condiciones de vida de la gente. Cómo activar las pulperías en los pequeños pueblos y expandir el movimiento slow en las grandes urbes. Un porteño no precisa viajar a la Patagonia para descubrirse ínfimo en la inmensidad. La Provincia de Buenos Aires desborda de tierra virgen entre pueblo y pueblo, sobre todo cuando uno se adentra en la Región Pampeana, alejándose del mar. Argentina es, sin dudas, un caso singular en este mundo que se atraganta de gente.
Según rememora Cielos Argentinos, en los albores de la década del noventa se produjo la privatización del ferrocarril y la gran mayoría de sus ramales dejó de funcionar. El país se atomizaba y miles de pueblos quedaban aislados. Como si, de golpe, alguien hubiera apagado la única lamparita que los alumbraba, condenándolos a una negrura total. Todos ellos habían transitado un tiempo de prosperidad, pero ahora sus habitantes no tenían más remedio que echarse las cosas al hombro y hundirse en el anonimato de las ciudades, a rebuscárselas como pudiesen.
“Siempre comenzamos montando una biblioteca comunitaria" Leandro Vesco es un hombre de poco más de cuarenta, que lleva mucho tiempo embelesado con la situación de estos tantísimos lugares que han quedado en las sombras. Pueblos que albergaron centenares de familias, y que hoy no encuentran un par de manos que sostenga el cartel con su nombre. Su interés se ha ido pronunciando y en 2010 nació Proyecto Pulpería, la asociación civil que enmarca las campañas de rescate que conduce junto a su esposa, con el afán de evitar el destino fatal de estas comunidades. Leandro aclara que todavía hay mucha gente de campo que no tiene ánimo de aceptar una ayuda que proviene de otra parte. Sin embargo, permanentemente reciben noticias de personas que se enteran de la tarea de Proyecto Pulpería y que reclaman esa asistencia para sus lugares.
Las campañas son diferentes porque cada pueblo es único, por más de que el abandono los haya venido a emparentar. Pero hay algo que se repite y que parece ser la llave que encontró Leandro para intervenir en cada lugar, acaso una de las claves de su proyecto: “Siempre comenzamos montando una biblioteca comunitaria -explica-, porque es el espacio donde confluirán todos los vecinos y donde se despertarán nuevas ideas. Cada vez que regreso a una, siento la vibración de conocimiento que esconden esas paredes”.Cuenta que los primeros en animarse son los chicos, que meten sus narices en los libros y los manosean con todo su desparpajo. A los grandes les cuesta un poco más porque deben destrabar la extrañeza que les provoca, pero al cabo terminan acompañando el envión de los pequeños. “En el escenario rural un libro tiene otra oportunidad, porque renace en las mejores manos: las de personas que tienen avidez por la lectura, que valoran a esos objetos porque para ellos representan una novedad”.
Leandro escoge uno a uno los libros que serán destinados a cada campaña de Proyecto Pulpería, teniendo en cuenta las características de sus habitantes y las necesidades del lugar. Pero una vez acabada su labor de clasificar todas las unidades que compondrán esa biblioteca, las desordena como si mezclara el mazo antes de repartir una mano de truco, como si soplara un castillo de naipes sabiamente edificado: “sería espantoso que yo las instalase de manera ejecutiva, porque quitaría a los habitantes de ese pueblo la posibilidad de involucrarse en el proyecto. Una vez que les llega todo el material desordenado, se toman uno o dos meses y ellos mismos rehacen el trabajo. Sólo así, involucrándose, pueden sentir que les pertenece, que esa biblioteca es suya y no del pueblo de al lado”.
El Proyecto Pulpería se ha propuesto rescatar del olvido a estos poblados, recobrar la vitalidad que en algún momento tuvieron. Leandro explica que en el contexto actual el motor debe ser cultural: acciones que promuevan la singularidad de cada sitio y exalten su raíz, es decir, aquellas cosas que únicamente se encuentran allí. “Hay que pensar en tejer una red sin buscar beneficios económicos inmediatos. Es muy urbano eso de evaluar todo en función del dinero. Los campesinos saben esperar mejor”. Él está convencido de que en ciudades como Buenos Aires, tan abarrotadas, ya no es posible el desarrollo humano. Percibe que se está produciendo un movimiento importante en el interior, y más que nunca apuesta a que personas destacadas de todos los ámbitos se atrevan a integrar las comunidades rurales, a dar ese salto cualitativo que implica romper con la ciudad. “Es normal que entre los habitantes de un pueblo haya uno que viajó por el exterior, o que vivió un tiempo en la ciudad. Esa persona, generalmente, pone en marcha a toda la vecindad, porque tiene una perspectiva diferente”.
Existe un movimiento de alcance internacional que propone una filosofía slow a pequeños pueblos y grandes ciudades Existe un movimiento de alcance internacional que propone una filosofía slow para aplicar en pequeños pueblos pero también en ciudades más desarrolladas. Surgió en Italia durante la década del ochenta, cuando el dueño de un restaurante colocó un cartel que lo distinguía como un espacio de slowfood, contrariando a las cadenas de comidas rápidas que ya se habían extendido al galope por todo el globo. Gradualmente, el concepto fue prendiendo en ámbitos que combatían a la globalización en ciernes, hasta confluir en una corriente que boga por la articulación de ciudades lentas (http://www.cittaslow.org/). Entre sus postulados más importantes se destacan la mejoría de la calidad de vida de los habitantes de centros urbanos, la protección del medio ambiente y la promoción de la diversidad cultural. Guillermo Tella, arquitecto y docente de la Universidad de Buenos Aires, aclara que la aplicación de estos principios en las ciudades tiene un tope, si no se lleva a cabo un movimiento descentralizador de masas: “la gente que demora dos horas en llegar a su lugar de trabajo, que viaja en un medio de transporte hacinado y que regresa a su casa a las nueve o diez de la noche, es difícil que pueda pensar en llevar un estilo de vida más slow. En todo caso, lo atractivo de este planteo tiene que ver con la búsqueda de otros caminos para vivir mejor en la ciudad”. Guillermo explica que esto no es una novedad sino que, de lo que se trata, es de retomar un ritmo de vida que alguna vez existió, y que se perdió con la propia complejización de la urbanidad. “En la metrópoli, el desafío más concreto es recuperar algunas de esas prácticas”.
Pier Giorgio Oliveti es el director de la Cittaslow Internacional. En una ocasión, él ha determinado las dos causas centrales del malestar que se genera en las grandes urbes: la desertificación de los pueblos más pequeños y la erosión de los principios de cooperación y solidaridad entre las personas. Vesco concuerda con el italiano y agrega que sin ese sentido comunitario llevar una vida sensible se hace cuesta arriba. Por eso insiste en que debe haber una militancia desde la ruralidad, con personas que siembren conciencia apropósito de estas cosas. “Estamos en el mismo escenario de 1890, con pueblos en ruinas, algunos deshabitados y todo por hacerse. Por eso me gusta hablar de refundación. La gente rural debe saber lo mucho que tiene para crecer. Pero para eso hace falta un cambio cultural: hay que ampliar la mirada para dar la bienvenida a lo que está por venir”.
La identidad campestre permanece intacta, indiferente a las exigencias posmodernas, virgen como un diamante en bruto. “Que los lugareños vayan a beber algo a la pulpería es una tradición que no puede perderse -afirma Vesco-.Los pibes deben seguir jugando a la pelota en las calles de tierra y en el monte. Esas cosas, tan sencillas, hacen a la identidad del pueblo, y el común denominador de todos ellos es la libertad. Cuando uno visita esas comunidades enseguida percibe su libertad, y es un valor notable”. El arquitecto observa que en las ciudades esa identidad se ha desfigurado, en el vano intento de cabalgar al ritmo que traza el consumismo. El caballo no se detiene y los símbolos de referencia que tenía la población van quedando atrás, en el camino: “Al final se fuerzan nuevas identidades, pero difícilmente sean asimiladas de la misma manera”. La contaminación de los centros urbanos no acaba en el destrato grosero que recibe el medio ambiente. Hay otros modos de contaminación todavía más imperceptibles: uno de ellos tiene que ver con esas huellas que se van borrando, sin prisa pero sin pausa, para colocar paisajes estandarizados que no dicen nada. Son intereses que avasallan a la ciudadanía y que, en su afán de mercantilizarlo todo, rompen esos hilos invisibles que elaboraban la identidad local.
La identidad campestre permanece intacta, indiferente a las exigencias posmodernas, virgen como un diamante en bruto En un barrio periférico de la localidad de Balcarce se está llevando a cabo una experiencia slow. Guillermo explica que es un lugar con un cauce de agua natural y lindante con las sierras, muy apropiado para desarrollar estas prácticas de retorno a la naturaleza, con alimentos naturales que se producen en las huertas de la zona. Hasta allí llegaron algunas familias provenientes de Buenos Aires, que requerían un vuelco para sus vidas. “Muchos son profesionales y no tienen problemas para seguir ejerciendo porque este barrio, si bien aislado, goza de una ubicación estratégica, a pocos minutos del centro de Balcarce y muy cerca también de Mar del Plata. Otras familias optan por instalar albergues u ofrecen atenciones para el turista”. El arquitecto piensa que es una experiencia saludable y necesaria, porque las ciudades incursionan su proceso de saturación y hay que generar caminos alternativos.
Leandro Vesco quiere trazar un corredor interpueblerino que permita a las comunidades del interior prosperar sin mendigar a las ciudades. Cada vez que lo convocan para iniciar una campaña él acude con su lupa, dispuesto a desnudar la gema del lugar. Tiene claro que esos pueblos deben explotar sus singularidades para salir adelante. La filosofía show muestra que la vida puede ser una caminata en vez de un viaje enajenado en el tren sordo del progreso. Cada paisaje tiene su encanto. Cada persona tiene una chance para cambiar su suerte.
FUENTE: INFONEWS
Domingo, 8 de marzo de 2015
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